Druso, Bolzano y el hombre de hielo. (2): Ötzi

Hay muchas razones para visitar la ciudad de Bolzano, capital del Südtirol (o Alto Adige), región germanófona del norte de Italia. Lo que más atrae al viajero son sin duda los maravillosos paisajes de montaña de los Alpes Dolomitas, que pueden alcanzarse fácilmente desde la ciudad, y que podríamos ejemplificar con esta típica foto del grupo Geisler desde Val di Funes. Estuve en ese lugar, pero la foto no es mía.
Cómo no, en mi reciente viaje por esas tierras dediqué gran parte del tiempo a dejarme llevar por los senderos montañosos y disfrutar de las vistas. Pero ese no era el único objetivo de mi viaje. Había, también, un lado histórico. Para ser exactos, romano...

La ciudad de Bolzano está ligada al recuerdo de Druso. No en vano, esta localidad era conocida en la antigüedad como Pons Drusi, el Puente de Druso. En el año 15 a.C., por orden de su padrastro Augusto, el joven general se adentró con sus tropas en ese territorio alpino que en aquellos tiempos era casi una tierra ignota. Partiendo de Tridentium (Trento), y siguiendo el curso del río Adige, Druso fue adentrándose en territorio rético, donde encontró una fuerte oposición que no impidió su avance. Las suyas fueron las primeras tropas romanas que cruzaron los Alpes por el paso Resia; al otro lado de las montañas se le unió su hermano Tiberio, que había avanzado con sus ejércitos desde Germania. Una vez juntos, los dos hermanos no tardaron en culminar la conquista de la nueva provincia. La gloria de tal acción, por supuesto, recaería en Augusto, que no dudaba en apuntarse como propios los triunfos militares de sus generales.

¿Qué queda hoy de Druso en las tierras del Alto Adige? ¿Puede seguirse su huella? En Bolzano hay al menos una avenida principal y un puente moderno que llevan su nombre (Viale Druso y Ponte Druso). Y se conserva también una inscripción que le dedicó su hijo, el emperador Claudio. La inscripción es un miliario de la Via Claudia Augusta, que mandó construir Claudio siguiendo el trazado abierto en su día por su padre. Ese era el objetivo principal de mi visita a Bolzano, por encima de maravillosas montañas o pintorescos lagos: la inscripción de Druso.

Según mis datos, el miliario estaba en el Museo Arqueológico del Alto Adige, en Bolzano (Bozen para los habitantes del lugar, aunque de eso hablaré en el próximo capítulo). Al acercarnos al edificio del Museo, en pleno centro de la ciudad, observamos que en la acera que lo circundaba había una larga cola de turistas achicharrándose al sol esperando su turno para entrar en el mismo. El motivo de tanta expectación tenía poco que ver con Druso, desde luego. Desde hace unos años, el Museo Arqueológico de Bolzano se ha hecho célebre por otra pieza mucho más famosa: el cuerpo congelado de Ötzi, el hombre de las nieves, que fue encontrado en 1991 en un glaciar de los Alpes no lejos de Bolzano. La noticia dio la vuelta al mundo, sobre todo cuando se constató que Ötzi tenía una antigüedad de más de 5.000 años.

Así pues, ocupamos pacientemente nuestro lugar en la cola y después de media hora estábamos dentro del edificio, en disposición de visitarlo. Llegados al mostrador de información, se produjo el siguiente diálogo aproximado entre un servidor y la chica que atendía a los visitantes del museo:

- Buenas tardes. Me gustaría saber en qué planta están los restos romanos. En este folleto que tienen aquí no consta.
- ¿Restos romanos?
- Sí. Este es el Museo Arqueológico, ¿no?
(Pausa. Breve consulta con una compañera).
- Los restos romanos están en el almacén.
- ¿Cómo?
- No están expuestos al público. Hoy en día el museo está dedicado íntegramente a Ötzi.
- Pero...

Lo que vino a continuación fue una somera queja por mi parte, seguida de la siguiente pregunta: "Y la inscripción de Druso, ¿dónde está?", pregunta que a esa chica le debió parecer una verdadera rareza, como si delante de ella estuviera hablante un ser de otro mundo. "En el almacén, supongo".

Detrás de nosotros, un numeroso conjunto de turistas esperaban pacientemente a que este señor tan raro (yo) dejara de preguntar cosas tan extravagantes. ¿Restos romanos en un museo arqueológico?... En vista de la situación, la duda era si íbamos a pagar el precio de la entrada para ver ese museo monográfico dedicado al hombre de las nieves. Lo cierto es que así hicimos. Al fin y al cabo, hay que reconocer que el hallazgo de Ötzi es excepcional y bien vale un museo, aunque yo hubiera preferido que se hubieran hecho las cosas de manera distinta...

Aparte de los restos congelados de Ötzi, que pueden verse a través de un grueso cristal, en las salas del museo se muestran todos los objetos que fueron encontrados junto a él, algunos de ellos impresionantes: ropa, calzado, arco, flechas, hacha de cobre. Había, además, información detallada acerca de las circunstancias del hallazgo, por ejemplo esta: al hombre de las nieves lo encontraron en un punto muy elevado de las montañas, que hoy en día es fronterizo entre Italia y Austria. Tanto es así que las autoridades de un país y otro pusieron todos los medios para establecer a quién pertenecían los restos. Al final, se llegó al consenso de que, por un estrecho margen de 96 metros, Ötzi pertenecía a Italia. De ahí que hoy en día esté en Bolzano, y no en Innsbruck, y que sean las autoridades de Bolzano las que saquen pingües beneficios de este incomparable chollo que surgió un buen día de las nieves.

Todo muy bonito, pero... ¿dónde estaba la inscripción de Druso? Existía un plan B: ir al lugar donde originariamente se encontró al inscripción, cerca de Merano, y contemplar in situ la réplica que fue puesta allí en su día. La solución no era muy satisfactoria, pero podía servir para endulzar un poco las penas...

Resignados ante la situación, al tiempo que deslumbrados por lo que habíamos visto en el museo, emprendimos un paseo por la bella ciudad de Bolzano. Entonces se nos ocurrió, no sé por qué, que quizá el miliario de Druso había sido trasladado a otro museo. Vana esperanza pero... ¿por qué no intentarlo? Cerca del Museo Arqueológico, o lo que queda de él, está el Museo Civico, dedicado sobre todo a cuestiones etnológicas. Teníamos poco que perder, así que volvimos a la zona de los museos y cruzamos con pocas esperanzas el umbral del Museo Civico, donde nos atendió un señor que nos vino a decir que de la inscripción no sabía nada. O quizá, sencillamente, yo no me estaba explicando bien. Mientras hablaba con él, me di cuenta de que justo a su espalda, en el hueco de la escalera, había una enorme piedra que no tardé en reconocer.

- Es esa.
- ¿Cómo?
- Esa piedra. ¡Es el miliario de Druso!

En ese rincón estaba la piedra que me había traído hasta Bolzano, además de las montañas, los valles, el yogur y los lagos.


Un pequeño milagro en Bolzano, no hay duda. ¿Cuánto tiempo llevaba la inscripción en ese lugar? Quizá mi información era errónea, y la pieza llevaba allí desde hace antes de Ötzi. No lo sé. No me lo supieron explicar. Yo me podía haber informado mejor, eso seguro. Pero poco importa. Allí estaba la inscripción, en la que podía leer estas palabras, entre otras:

[vi]am Claudiam Augustam, / quam Drusus pater Alpibus / bello patefactis derexerat,

Hace unos dos mil años, Nerón Claudio Druso se adentraba con sus tropas en territorio alpino, siguiendo el curso del río Adige. Seguro que al llegar a la Val Venosta el propio Druso, o alguno de sus oficiales, levantó al vista para contemplar las bellas cumbres nevadas que se dejaban ver a lo lejos. Allá arriba, escondido en la nieve, yacía desde hacía tres mil años el cuerpo congelado de Ötzi.

Enlace al primer capítulo de la serie: Cómo conocí a Druso.
Enlace al tercer capítulo de la serie: Las estatuas.